La nieve ya baja por la ladera como un alud, y cada vez que Yerai Cortés aparece en un escenario los aplausos brotan porque sí, porque es él, porque el público se lo ha hecho suyo como el invierno al frío. Hace un año llenó el Paral·lel 62 y ahora, dentro del ciclo De Cajón del Festival de Jazz, llenó el Palau de la Música en su primera comparecencia allí. Público entregado en clave pop, dispuesto a aplaudir su mera presencia, su mirada o su sonrisa, pues la popularidad del alicantino va más allá del ámbito flamenco y del rigor de la peña. Pero Yerai dio mucho más que cuatro poses y volvió a redondear un magnífico recital bajo el manto de Guitarra Coral, un espectáculo parco pero hermoso, musical hasta en sus silencios y pausas y estéticamente plástico bajo el dominio monocromo de la luz blanca.Más informaciónEn escena seis mujeres y él. Una estampa casi estática sólo alterada por la luz que cambiaba de ángulo. El blanco dominante, sólo moteado por el atavío negro de Yerai. Él central, más estático que hace un año, en el que iba cambiando de posición con más frecuencia, abandonando el centro para interpolarse en un cuadro de configuración variable. Suelto, alegre y feliz, de sonrisa fácil y dedos ágiles aunque nunca tocando más de lo necesario, con escasa propensión a la verborrea musical. Tiene técnica Yerai, pero no busca asombrar con cascadas de notas, sino con el tiempo que cada palo requiere, como ese comienzo romántico, casi recortando el suspiro de Maikel Nai, esa malagueña en la que su padre acaba contando en off cómo un Guardia Civil viejo y experto encontró en su casa un alijo que un perro policía fue incapaz de localizar. Y cuando no era la guitarra eran las voces de sus seis cantaoras y palmeras que protagonizaban el dolor, el anhelo y los sentimientos de Lo malo que he sido contigo, pespunteado, como muchos temas, por leves sonidos incidentales y reverberaciones y el protagonismo de la luz fijando la escena. Con pocos elementos un espectáculo también para los ojos.Silencio reverencial en al Palau saludando cada nueva composición. Silencio que en ocasiones ni romperse se sabía, como cuando completamente a oscuras concluía el taranto Por tu silencio lloro y los segundos goteaban sin que nadie rompiese a aplaudir, no fuese que la precipitación quebrase el embrujo. Poco después La Tania, pareja de Yerai y coprotagonista del documental que C Tangana dirigió sobre el guitarrista alicantino, aparecía en escena, de negro, para cantar Los Almendros, Goya 2025 a Mejor Canción Original, y con su aire su aire de bulerías marcaba uno de los momentos culminantes del recital, que luego se iba por tangos en Lirili. Tangos, bulerías, tarantos, siguirillas, el juego de alegrías de Ni en los cafés italiano y Ni en los puertos italianos, una pieza en dos partes, las bulerías casi al final de Sonar por bulerías fueron los compases que marcaron la naturalidad de Yerai con la guitarra, sabio administrador de silencios y arrancadas, de juegos humorísticos y pillos con sus bromas a los oles de sus cantaoras en el homenaje a Camarón propio de Un puente por la bahía, la Cruz del Campo, otros de los temas que pasó por escena en la hora y media larga de recital.Fue así el de Yerai un concierto flamenco para no flamencos, algo que ya captó Tangana al situar al guitarrista alicantino como alguien que es moderno entre los flamencos y flamenco entre los modernos. En más de una ocasión el propio Yerai ha afirmado que para modernizar el flamenco no hace falta añadirle más capas, y eso es precisamente lo que se escuchó en el Palau, apenas unos detalles para destacar aún más el desnudo de una guitarra excepcional, voces, palmas y compás. Y esa ausencia y presencia de la luz como elemento escenográfico para resaltar aún más la parca belleza del cuadro que se pintó en medio de la lujuria modernista del Palau. Una noche de contrastes estéticos y emocionales, de amores y olvidos, siempre de pasión.

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