El balcón de la basílica de San Pedro en el Vaticano aún lucía el lunes por la mañana engalanado como en las ocasiones especiales, después de que el papa Francisco, convaleciente, ofreciera desde allí este domingo la que ha sido su última bendición. Tras el fallecimiento del Pontífice argentino, será el nuevo Papa quien se asome a esta balconada insigne para presentarse al mundo.La plaza de San Pedro y la basílica se van llenando poco a poco, como sucede cualquier día normal y más ahora durante el Jubileo, donde la afluencia de los peregrinos que se mezclan con los turistas es constante. Por todas las calles que van a dar a la célebre columnata de San Pedro van apareciendo romanos, penitentes, fieles y curiosos. También varias cuadrillas de operarios que se preparan para retirar las flores del balcón y de la puerta de la basílica, así como los miles de sillas que se habían colocado para seguir la misa del Domingo de Pascua.El día anterior, Domingo de Resurrección, una de las celebraciones más importante para los cristianos, Francisco, que falleció a las 7.35 horas la mañana del lunes ―justo después de la Semana Santa― recorrió la plaza a bordo del papamóvil para saludar a los fieles, o quién sabe, si para despedirse.En el mismo sitio, el lunes los susurros de un grupo de monjas que, apoyadas en las rejas de la puerta principal de la basílica, rezan unas letanías, mirando al altar mayor, contrastan con el ruido de un par de tractores que maniobran atrás y adelante, tirando de remolques cargados de sillas y vallas metálicas.“Sabíamos que estaba muy enfermo, pero de igual forma nos ha pillado por sorpresa prácticamente, uno no se puede preparar para algo así. Ha sido un gran papa”, dice sor Giuseppina Impaglioto, una monja italiana que ha estado en Roma desde 1978 y que se ha acercado a la plaza de San Pedro para rezar por el difunto Pontífice, líder espiritual de más de mil millones de católicos.Con el trajín diario de un lugar tan turístico y concurrido como el Vaticano, incluso un día tan particular como el de la desaparición del Papa, la vida transcurre con normalidad, aunque la mayor parte de los comentarios que se escuchan en distintos idiomas tiene que ver con la noticia del día. “Poco a poco todo esto se irá llenando de personas que vengan solo a despedirse del Papa, yo tenía pensado hacer esta visita a la basílica de todos modos, acabo de ver la noticia en el teléfono, es un día histórico”, señala Raúl Saavedra, de 47 años, empleado de un supermercado de Cáceres que ha pasado la Semana Santa en Roma y ha visitado el Vaticano el lunes, antes de regresar a España, pensando que este día estaría menos concurrido.A su alrededor un grupo de monjas, como la gran multitud, se hace fotos con la basílica de fondo, una pareja sujeta su móvil con el brazo extendido para tomarse una instantánea, una familia hace un gesto como para ofrecer su teléfono a los que pasan a su alrededor para pedir que les saquen una fotografía. Hay quien compra souvenirs en un puesto ambulante de la plaza que ofrece imanes y llaveros. Otros buscan las fuentes para refrescarse y las sombras para resguardarse del sol de primavera de este lunes que resulta abrasador en las horas centrales del día. Muchos se sientan en el suelo para descansar mientras miran sus teléfonos, algunos están leyendo en sus pantallas y comentando información sobre el fallecimiento de Francisco y otros simplemente repasando las instantáneas que han tomado en su viaje a la ciudad eterna.En el ir y venir de personas que salen de la basílica, en los momentos de atasco, cuando la fila se para, los desconocidos conversan unos con otros, si se reconocen del mismo idioma, sobre la noticia. “Qué oportunos hemos sido, teníamos que venir justo el día que fallece el Papa”, ironiza un hombre en italiano.“Momento histórico”El profesor de un instituto de Génova que está de excursión reúne a sus estudiantes en círculo y les explica lo que ha sucedido, antes de ilustrar la programación del día. “Es un momento histórico para la Iglesia, esperamos poder pasar a despedirnos del Papa cuando lo coloquen en la basílica, ahora vamos a asistir a una misa en otra iglesia”, dice. Algunas personas dejan flores en las farolas o las fuentes de la plaza. También pasa una pareja de recién casados con su fotógrafo para hacerse fotos en este día soleado frente a la basílica. Ella va vestida de rojo y lleva en la mano su ramo de novia. Algunos transeúntes que pasan a su lado se dan la vuelta para contemplar con más detenimiento la escena que, por otra parte, forma parte del clima normal de un hormiguero de turistas por el que cada día pasan miles de personas de la más variada procedencia.En el ambiente se ven, también como cada día, muchas banderas argentinas. Pablo Gómez viaja por Europa con su esposa Marcela desde Navarro, una ciudad argentina a 100 kilómetros de Buenos Aires, para recorrer “los lugares originarios de sus antepasados”. Acaban de llegar de Croacia y han hecho una parada en Roma antes de regresar a Argentina. “Queríamos ver a Francisco”, dice él, “pero no llegamos”, completan la frase al unísono. Son religiosos, seguidores de Don Bosco y conocen a Bergoglio de su etapa de arzobispo de Buenos Aires. Ella participó hace años en un curso de catequesis que impartía el entonces prelado Jorge Mario Bergoglio. “En una parte de la formación él planteaba la posibilidad de entrar en política para hacer mejor la vida de la gente. A mí me ofreció esta opción directamente, sin mencionar ningún grupo concreto, y yo que nunca había participado en política, le dije que no y me dijo que la única manera de mejorar el mundo era metiéndose en política y al poco tiempo me presenté y resulté elegida concejal en mi ciudad”, rememora. Y continúa: “Son experiencias que nos marcan. Me dio mucha pena que Francisco no pudiera regresar a Argentina, para nosotros hubiera sido un punto de unión importante”. “Él vino a transformar la Iglesia. Ha hecho grandes cambios dentro de la estructura de la Iglesia y ha entablado también diálogo con otras religiones y otras ramas del cristianismo”, señala su esposo.Una imagen fija en una de las pantallas gigantes de la plaza, por las que habitualmente se retransmiten las misas del Papa recuerda el fallecimiento del pontífice y anuncia que por la tarde se rezará el Rosario por su alma.“Creo que él sentía de alguna forma que se acercaba su fin. Me dio esa impresión cuando visitó la cárcel el Jueves Santo para ver a los presos y también cuando fue a rezar a la basílica de Santa María La Mayor, que es donde será enterrado. Parece que estaba diciendo: ‘Dejadme hacer estas últimas cosas, que son los últimos mensajes que quiero lanzar al mundo, mis últimas intenciones; cuando yo no esté seguid haciendo estas cosas’, o cuando fue a la basílica de San Pedro a rezar, como diciendo: ‘Dejadme que la vea esta última vez”, opina Danilo Iodice, un psiquiatra de 32 años, originario de Salerno, que trabaja en Roma. “Parece que ha decidido pasar sus últimas horas como él ha querido, dando su último mensaje como Papa”, agrega Iodice, que ha ido a la plaza de San Pedro en su día libre con un amigo para ver qué ambiente había en un día tan señalado. “Estando en Roma es imposible no seguir las noticias del Papa”, apunta. Concuerda con él su amigo Fabio Caradente, un educador napolitano de 33 años que también vive en Roma. “Se respira un clima muy particular e insólito. No habrá sido fácil para él mandar un mensaje al mundo mostrándose en público en sus circunstancias, estando mal, él ha querido estar entre la gente”, responde Caradente.

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