Conviene distinguir el malestar emocional producido por una circunstancia estresante, aguda o crónica, del trauma psicológico generado por un suceso traumático. En el primer caso, se habla de un problema adaptativo que tiene como causa adversidades frecuentes en la vida cotidiana, como dificultades de adaptación laboral, duelo reciente, rupturas no deseadas de pareja o conflictos familiares crónicos. En estos supuestos, las personas pueden mostrar ansiedad, tristeza o irritabilidad, cambiar su conducta, tener dificultades para dormir o arrastrar un cansancio mental inhabitual que interfieren negativamente en su calidad de vida. Estos síntomas pueden ser moderadamente intensos y afectar parcialmente al funcionamiento diario, pero generalmente remiten a los pocos meses, siempre que se resuelva la situación estresante o las personas afectadas cuenten con recursos psicológicos para hacerle frente y dispongan de apoyo social o de actividades gratificantes alternativas para retomar su vida ordinaria.Es verdad que en algunas circunstancias estos problemas adaptativos pueden complicarse. Ocurre así cuando el sujeto afectado arrastra problemas de salud mental previos, se ve obligado a asumir un acontecimiento estresante intenso y duradero, como puede ser el caso de un cuidador en exclusiva de un enfermo crónico incapacitado, o atraviesa unas circunstancias biográficas complicadas, como un divorcio problemático o una situación económica con estrecheces.Por el contrario, un suceso traumático es un acontecimiento vital negativo de gran intensidad que genera una amenaza grave a la integridad física o psicológica de una persona, que le produce un sufrimiento intenso y que desborda su capacidad de afrontamiento con los recursos psicológicos, familiares y sociales disponibles. Estos eventos pueden ser fortuitos, como es el caso de una catástrofe natural o de un accidente, o intencionados, como una agresión sexual, la violencia contra la pareja, el acoso escolar, un atentado terrorista, la tortura o los efectos de la guerra. Los sucesos intencionados (o los fortuitos si responden a un fallo humano o se han gestionado inadecuadamente) pueden generar en los supervivientes un trauma psicológico con mucha más frecuencia que los meramente casuales.Más informaciónEs más, hay circunstancias en que se puede agravar la situación traumática. Como cuando los desencadenantes son continuados en el tiempo ―como en la violencia machista o en el abuso sexual infantil―, afectan a épocas especialmente vulnerables del desarrollo evolutivo ―como la infancia o adolescencia― o los autores del suceso son personas allegadas a la víctima, como los padres, profesores, parejas u otras personas con vínculos afectivos. Esto produce en la persona afectada lo que se denomina un trauma complejo, según la CIE-11 (OMS, 2022).A su vez, los sucesos traumáticos trascienden con frecuencia a la persona afectada. En realidad, actúan como una piedra arrojada en un lago, que forma en el agua ondas o círculos concéntricos. En el primer círculo se sitúa la víctima directa; en el segundo, los familiares y amigos, que tienen que afrontar el dolor de sus seres queridos; y en el tercero, los compañeros de trabajo o los miembros de la comunidad, que se encuentran atemorizados o no quieren implicarse y se repliegan en un ejercicio de inhibición.Más allá de los síntomas concretos señalados por el DSM-5-TR (APA, 2023), como pensamientos invasivos, conductas de evitación, alteraciones en el sistema de alerta o estado de ánimo negativo, el núcleo del trauma lo constituyen la humillación, el desvalimiento y la quiebra del sentimiento de seguridad. La persona traumatizada experimenta una vivencia súbita de indefensión, una percepción de incontrolabilidad ante el futuro y una pérdida básica de la confianza en sí mismo y en los demás. Y en el caso del trauma complejo, a estos síntomas hay que añadir las dificultades en la regulación emocional, los sentimientos de culpa y vergüenza ―que complican el relato de lo ocurrido― y la inhibición para expresar sentimientos de intimidad y ternura con los seres queridos. Además, en algunas circunstancias estas vivencias traumáticas pueden manifestarse en forma de cuadros clínicos o síntomas aparentemente no relacionados con ellas, como los trastornos de la conducta alimentaria, las autolesiones o la ideación suicida.Incluso en los sucesos más traumáticos, los seres humanos tienen más resiliencia de la que pueden imaginar a priori. Si bien hay personas para las que un acontecimiento así es como si el tren de su vida hubiese descarrilado bruscamente, hay unos recursos naturales para superar la adversidad sin claudicar ante las circunstancias extremas que puede depararles la vida. Pero, además, la sociedad debe ser solidaria activamente con quienes han sufrido un evento traumático. Si ha sido incapaz de proteger a las víctimas del daño sufrido, debe, al menos, implicarse activamente en su recuperación y poner a su disposición los medios necesarios para hacerlo. La calidad moral de una sociedad puede medirse por el trato dispensado a estas personas.No es lo mismo el tratamiento psicológico de los problemas adaptativos que el del trauma psíquico. Si la persona ha experimentado una circunstancia estresante, hay que identificar adecuadamente el motivo de preocupación, modificarle los pensamientos disfuncionales y enseñarle a comunicarse y a afrontar el estrés, así como a readaptarse a las nuevas circunstancias. El objetivo es reducir el malestar emocional, recuperar el funcionamiento cotidiano y desarrollar estrategias de afrontamiento efectivas para reducir el conflicto. Una terapia de apoyo breve y focalizada en el problema y un plus de soporte familiar y social suelen ser suficientes.En cambio, la terapia requerida para el trauma requiere una mayor estructuración y duración, sobre todo en el trauma complejo. Y debe centrarse en la reconstrucción de la identidad, de la confianza interpersonal y de la autorregulación emocional para hacer frente al procesamiento de lo ocurrido, a la reducción de los síntomas específicos ―las pesadillas reiteradas entre ellos― y a la modificación de los sentimientos de culpa y vergüenza experimentados. La terapia cognitivo-conductual centrada en el trauma y la desensibilización y reprocesamiento por movimiento ocular ―EMDR― son los tratamientos de elección en estos casos, con una alianza terapéutica sólida y un apoyo psicofarmacológico si concurren síntomas de depresión, ansiedad intensa o insomnio severo.En suma, no todo malestar emocional suscitado por una experiencia adversa en la vida debe considerarse como una vivencia traumática ni ser tratado como tal. En caso contrario, se abusa de un término ―trauma― que tiene unas connotaciones propias y que requiere un enfoque específico y más complejo.

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