Cuando hablamos de tecnología en la escuela, conviene empezar por formular bien las preguntas para evitar respuestas disparatadas. El desconcierto hoy es tal que, en la política y el debate educativo, se están mezclando edades, tecnologías y propósitos en un coctel donde lo único que importa es si sí o si no. Si vamos bien o mal. Aprobado o suspenso. Por eso, es preciso “deconstruir” la pregunta, ordenarse y volver a empezar. Las edades importan: los momentos madurativos son distintos por edad, igual que lo son los objetivos curriculares. Lo mismo ocurre con las tecnologías: tanto en el hardware (una tableta, un portátil, una pizarra digital, un smartphone) como en el software (una aplicación de aprendizaje personalizado, una herramienta de evaluación, una plataforma de aprendizaje). Por no hablar de las finalidades: algunas tecnologías facilitan la comunicación, otras eliminan (o añaden) burocracia, otras complementan procesos de enseñanza ya en marcha y otras los sustituyen. La lista de variables es larga. Que cada uno elija la suya. Así pues, me propongo abordar una pregunta muy clara pero todavía sin clarificar del todo fruto de todo este desconcierto. Es muy simple: ¿Es preciso prohibir los teléfonos y smartphones en las escuelas? Casi todas lo han hecho (salvo Euskadi, que da autonomía a los centros), pero el grado de prohibición no es igual en todas partes. Según datos de PISA 2022, el 67,5% de los directores de centros con alumnos de 15 años afirmaba que el uso de teléfonos móviles no está permitido en su centro educativo. Con todo, sin un debate previo que conjugue los fines de la educación y lo que sabemos desde el punto de vista de la investigación científica, es difícil que podamos avanzar. Por ejemplo, la expansión de los smartphones e internet en las universidades parece haber empeorado la salud mental y los resultados académicos del alumnado tal y como muestra un artículo publicado en la revista más prestigiosa de economía. Pero mientras que intervenir en edades adultas choca con derechos individuales, en etapas obligatorias y edades donde la protección del menor es clave, la cosa cambia. Y en esto, cabe preguntarse: ¿Qué sabemos sobre smartphones en escuelas? Fijémonos en el final de secundaria, donde, según el INE, la práctica totalidad de los adolescentes disponen de un teléfono personal (sin especificar si es smartphone o no). Hasta la fecha hay cuatro estudios causales y con datos cuantitativos que responden a la pregunta. En Inglaterra, un estudio analizó la prohibición de teléfonos en 91 escuelas de cuatro ciudades y muestra un efecto positivo de la prohibición sobre el aprendizaje, concentrado en alumnado de peor desempeño académico. El estudio de Suecia es el único de los cuatro que no encuentra efecto (ni positivo ni negativo) de la prohibición de los teléfonos en los resultados académicos: en su discusión, los autores mencionan la larga tradición de los países nórdicos en la educación digital y la mayor preparación del alumnado para auto-regularse con el uso de sus propios teléfonos. Concluían que estudios en países culturalmente próximos (como Dinamarca y Noruega) deberían mostrar resultados semejantes. Sin embargo, no fue así. El estudio posterior en Noruega es el más amplio y riguroso hasta la fecha, con más de mil escuelas de secundaria con alumnos en edades entre 12 y 16 años. La prohibición tuvo lugar en 2016, en una decisión no esperada, lo que nos permite ver el efecto en el corto y medio plazo sin que las escuelas pudieran anticiparse a los cambios. Fueron cinco las dimensiones donde la prohibición tuvo un efecto positivo. Primero: una reducción del 60% de visitas a especialistas psicológicos y una caída del 29% de tratamientos de síntomas y enfermedades de salud mental (concentrado exclusivamente en niñas). Segundo: una caída de casos de bullying. Tercero: una mejora de resultados de matemáticas (exclusivamente en niñas, debido a la muy superior intensidad de uso), con mayor probabilidad de continuar la secundaria superior en un carril académico. Cuarto: un efecto mayor para niñas de nivel socioeconómiocos más bajos. Quinto: a mayor restricción de la prohibición (control de teléfonos en la entrada en vez de poder dejar los teléfonos en modo silencio), mayor es el efecto, resaltando el viejo refrán español de “ojos que no ven, corazón que no siente”. Los resultados del estudio más amplio son los más contundentes de todos los estudios disponibles hasta la fecha. Y no en un país cualquiera. El cuarto estudio disponible conocido se realizó en España, y analiza la variación en la aplicación de la prohibición de teléfonos en secundaria en Galicia y Castilla La Mancha entre 2014 y 2015, comunidades pioneras en la prohibición de teléfonos móviles en las etapas obligatorias. El estudio encuentra un efecto positivo, elevado y significativo en Galicia de mejora de resultados de aprendizaje, así como una caída significativa de entre un 10% y un 20% de casos de bullying en ambas comunidades autónomas. Podría decirse que necesitamos más estudios, más evidencia y más seguridad para tomar decisiones; decisiones que, en parte, ya hemos tomado. Podríamos esperar algún estudio más para cerciorarnos: hay más estudios correlacionales (y no causales) con resultados variados, pero en la investigación educativa y social sabemos que lo que importa es la causalidad de los fenómenos. Podríamos seguir debatiendo sobre esto y seguir dando vueltas. Pero entonces seguiríamos distraídos sin centrarnos en las preguntas relevantes sobre uso de tecnologías y otros dispositivos en las aulas que la investigación está tratando de responder y todavía no ha logrado: y a pesar de ello, muchos gobiernos ya han decidido a ciegas sobre dispositivos en las aulas por impulsos ideológicos, que van desde el tecno-optimismo irracional hasta el apocalipsis conservador con la tecnología. Empecemos por zanjar el otro debate y prohibamos de manera agresiva los smartphones en la ESO, con controles en las puertas de los institutos, llegado el caso. El estudio de Noruega menciona los experimentos de laboratorio en los que la mera presencia del teléfono cerca, aun en modo silencio, puede ampliar su uso al finalizar la clase disparando el famoso FoMo (“miedo de perdérmelo”). Pasemos a la siguiente pantalla en la que la tecnología sí puede jugar un papel importante en la educación digital y la mejora educativa. Dispositivos dentro y siempre con fines pedagógicos. Smartphones, en cambio, mejor fuera. Lucas Gortazar es director de Educación en EsadeEcPol. @lucas_gortazar.

¿Móviles en las escuelas? La ciencia lo deja claro | Educación
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