Si bien el expresidente estadounidense Richard Nixon no fue el autor material del bombardeo del palacio de la Moneda en Santiago de Chile en 1973, sí fue un destacado instigador del golpe de Estado perpetrado por Augusto Pinochet. “Estaba frente a frente con Nixon y supe que había cuentas que saldar. Busqué la luz y el ángulo adecuados para darle ese aspecto fantasmal al tirano”, relata el fotógrafo chileno Luis Poirot, de 84 años, en una secuencia del documental Poirot, último testigo. La película, obra del periodista Francesc Relea, lleva al DOCS, el Festival de Cine Documental Internacional de Barcelona gran parte del archivo inédito de su amigo y compañero. Relea vio en Poirot un artista inusual, pausado, meditabundo. Testigo de capítulos cruciales en Chile y España, desde la Unidad Popular liderada por el reformismo de Salvador Allende al estallido social de su tierra natal en 2019, Poirot y Relea cristalizan en la pantalla la memoria de una sociedad que, como explica el periodista español, es de aquellas que sorprende.La forma de trabajar de Poirot impactó profundamente a Relea. Es consciente de que el ritmo frenético y a veces despersonalizado de la era digital marcan el resultado final. “Conocí a Poirot en uno de mis viajes a Chile mientras trabajaba como corresponsal para EL PAÍS en Buenos Aires. Fuimos a la Escuela Militar, donde él fue cadete”. Un periodo que, a pesar de ganar en disciplina, Poirot define como de los más negros de su vida: “Allí vi en seguida que no era un fotógrafo al uso”. El documental incide en lo relativa que puede resultar la memoria cuando está en manos de unos o de otros. Por ese motivo no son casualidad los personajes a los que el artista permitió que se abrieran en canal frente al diafragma de su Hasselblad. El largometraje da vida a esos retratos, entre los que se encuentra el ceño fruncido del cantautor catalán Joan Manuel Serrat; el tesón del escritor Pablo Neruda en su casa de Isla Negra; la nostalgia de años de juventud y lucha compartida con Isabel Allende; o los retratos del compositor torturado y asesinado Víctor Jara. “Quizá soy fotógrafo porque le tengo terror a la ausencia”, reconocía Poirot. Sus negativos también se enfrentaron a la ausencia y al olvido. Tras el golpe y la muerte de Salvador Allende, Poirot se exilió a Francia, y después a España, donde aseguraba en el documental que alcanzó el punto álgido de su carrera. En Barcelona inmortalizó el regreso del exilio de Federica Montseny, exministra de la Segunda República; Dolores Ibaurri La Pasionaria; Salvador Dalí; Agustí Centelles; Julio Cortázar; incluso a Jordi Pujol sonándose los mocos en los pasillos del Parlament de Cataluña. El largometraje no solo proyecta el diálogo entre Poirot y el recuerdo, sino que también transcurre por una amalgama de emociones propias como el envejecimiento, el deterioro de los lazos familiares o la pérdida del optimismo de las manifestaciones en favor de un cambio en el seno de la sociedad chilena. “Ya no se hacen manifestaciones así, ¿verdad Joan Manuel?“, pregunta el fotógrafo al mostrar parte de su archivo al cantautor catalán.“Tampoco existe el espíritu de antes”, puntualiza en el filme Serrat.

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