Para empezar, no está la bandera. España es el invitado de honor a la Feria Internacional del Libro de Bogotá (FILBo). Enfrente del pabellón hay un gran escenario donde estos días se han podido escuchar versiones de Guns N’ Roses interpretadas por un grupo de heavy local, música tradicional o también flamenco. Lo más habitual en las calles del centro ferial es ver pasear a chavales vestidos con su chándal escolar y no es infrecuente ver a grupos de militares, ya que el ejército tiene estand y centro de reclutamiento. A los visitantes del pabellón español no los recibe una bandera; sino un tapiz de macramé de 20 metros, cosido por artesanas locales, donde el lema puede leerse en castellano, las lenguas cooficiales e incluso el aranés y el asturiano: España una cultura para la paz. En el pasillo de entrada una voz enlatada da la bienvenida. El relato nacional que se presenta poco tiene que ver con el tradicional. Hace medio año España fue invitada de honor en la Feria de Guadalajara (México). En el verano de 2024 el español había sido la lengua invitada del Festival de Aviñón de teatro y a finales de 2025 Barcelona será la invitada en la gran feria del libro mexicana. A principios del pasado diciembre, en el restaurante del hotel de Guadalajara donde desayunaban escritores y editores, Antonio Monegal no podía reprimir su entusiasmo al contar cómo imaginaba que sería el pabellón español para la feria de Bogotá. Este catedrático de literatura comparada de la Universitat Pompeu Fabra, que ganó en 2023 ganó el Premio Nacional de Ensayo, ha sido el comisario de la presencia española en la capital colombiana.Una visitante contempla una vitrina de la exposición ‘España, una cultura para la paz’, en el pabellón de la Feria del Libro de Bogotá.España país invitado de honor FILBo 2025“La propuesta del Gobierno colombiano era hablar de la paz”, explica el secretario de estado de Cultura, Jordi Martí. “Monegal era el mejor candidato porque desde su exposición En guerra en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB) se ha dedicado a estudiar la presencia del conflicto en la cultura y a pensar cómo el lenguaje sobre la guerra puede ayudar en el camino de la paz”.Esta interpretación cultural del conflicto, sincronizada con las políticas de la memoria impulsadas por los gobiernos colombianos, tienen su mejor plasmación en la exposición de fotografías de Francesc Torres sobre las fosas comunes de la Guerra Civil y la documentación forense de una fosa común en Bogotá. La inauguró el ministro de Cultura, Ernest Urtasun, en el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación (CMPR) de Bogotá, a pocos minutos de la FILBo. No es casualidad que El abismo del olvido, de Paco Roca y Rodrigo Terrasa, sea el primer cómic de la vitrina que abre la exposición Memoria dibujada, que puede verse en el pabellón español. Están esas heridas que se arrastran de la Guerra Civil, pero ese contrarrelato de la España contemporánea no se limita a aquel conflicto. Hay enormes secuencias de viñetas en las paredes, muestras de libros que testimonian la calidad de los historietistas españoles y su valentía tanto estética como política a la hora de abordar conflictos desde otra mirada. “A nuestros abuelos los obligaron a luchar. A nuestros padres los obligaron a olvidar. A nosotros nos toca el pasado, para recordar el futuro”, se lee el texto que acompaña las viñetas de Frank, de Ximo Abadía. Esa visión crítica cierra la exposición: son viñetas de En Transición, de Ana Peñas, y proponen una relectura de cómo se ha contado la historia contemporánea española. La relectura del pasado desde la cultura, a partir de sus propias obras, fue uno de los hilos del que tiraron Javier Cercas y Juan Gabriel Vásquez en el diálogo que mantuvieron en la FILBo. Vásquez, citando a Camus, se refirió a la literatura del disenso y su capacidad para contar las cosas de una manera distinta a las de la historia oficial. “Contar lo que no se puede contar de otra manera”, convinieron los dos al hablar de sus novelas sin ficción. Y esa otra manera, que tiene que ver con una comprensión distinta de los pasados recientes de España y Colombia, es la principal hipótesis que explora la presencia española en Bogotá. Al debate sobre la gestión de la memoria del conflicto llegó conmocionada la antropóloga Andrea García González. Le faltaban cinco minutos para hablar con Kirmen Uribe. Autora del libro sobre el conflicto vasco Calla y olvida, García González lleva dos años en Colombia con una beca posdoctoral para estudiar asuntos memoriales. Y antes de llegar al auditorio del pabellón, visitó la otra exposición. Se titula Miradas que atraviesan, la ha comisariado Sandra Maunac y reúne los trabajos fotográficos de artistas como Laia Abril o Nicolás Combarro, entre otros. Uno de los trabajos es de Clemente Bernard, se titula Hemendik Hurbil / Cerca de aquí y reúne unas 30 fotos en blanco y negro del conflicto vasco. Lo que se ve resuena en una pareja de jóvenes colombiana, enganchada a cada una de las fotos (entierros, encapuchados, paisajes, dolor, mucho dolor), y sacudió a García González.En Miradas que atraviesan no solo hay memoria española. La alicantina Cristina de Middel presento un proyecto crítico centrado en México, o Ana Núñez Rodríguez, de Lugo, explora una masacre ocurrida en un municipio colombiano a partir del archivo de la United Fruit Company. Al mismo tiempo se ofrecen perspectivas inéditas sobre el pasado reciente español. Jordi Jon presenta un proyecto de periodismo medioambiental que analiza el rastro actual del modelo de desarrollo franquista y Jon Valbuena obliga a descubrir la silenciada relación entre España y Guinea Ecuatorial. ¿Podría hoy proponer el Estado en España un relato como este sin que quedase fagocitado por la batalla cultural? El comisario Antonio Monegal es más bien escéptico. En el coloquio entre Uribe y García González se habló de la paradoja existente entre Colombia y en España. Mientras que en el país americano, a pesar de que el conflicto sigue abierto, ya disponen de una infraestructura para gestionar su memoria para la reconciliación, en España queda trabajo pendiente a pesar de que no haya conflicto. Plantear la cuestión no es menor. Como mínimo significa que el relato consensual de la cultura de la Transición se da por superado.

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