Existen unos lazos genéticos muy estrechos entre algunos trastornos psiquiátricos. Se ve en la clínica, cuando a los médicos les cuesta etiquetar una dolencia concreta o se encuentran con que un paciente con depresión desarrolla también ansiedad, por ejemplo. Las fronteras entre unas afecciones mentales y otras son, en ocasiones, confusas a pie de consulta y eso tiene una explicación a nivel molecular: hay una especie de parentesco genético, variantes de riesgo comunes entre dolencias. Un nuevo estudio, publicado este miércoles en la revista Nature y basado en el análisis de ADN de más de un millón de personas, ha ahondado en este campo y ha alumbrado ese hilo molecular que conecta una quincena de trastornos mentales.En concreto, esta investigación internacional ha descubierto que 14 dolencias comparten, en mayor o menor medida, variantes genéticas de riesgo. Esto es, señales moleculares que predisponen a desarrollar estas afecciones mentales. Los autores identificaron, específicamente, cinco grupos de enfermedades que tienen una alta correlación genética: sucede, por ejemplo, entre esquizofrenia y trastorno bipolar; o entre ansiedad, depresión y estrés postraumático; o entre autismo y trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH). Los hallazgos sugieren que las marcas genéticas compartidas están muy vinculadas a las primeras etapas del desarrollo cerebral y estudiarlas en profundidad podría ayudar a comprender mejor los trastornos de la mente, mejorar el diagnóstico y alentar nuevos tratamientos.Esta investigación sigue la estela de otros estudios que ya han ido alumbrando en los últimos años retazos de esos lazos genéticos entre las enfermedades del cerebro. “Se trata de ir desentrañando todas las piezas del puzle genético para hacer una medicina de precisión y predicción”, explica Antoni Ramos Quiroga, jefe de Psiquiatría del Hospital Vall d’Hebron de Barcelona e investigador del Centro de Investigación Biomédica en Red de Salud Mental (CIBERSAM). El médico, que ha participado en esta y otras investigaciones del mismo campo, asegura que estudios como estos “ayudarán a redefinir los trastornos mentales, no solo en función de síntomas, sino también según variables genéticas”. En este caso, los autores identificaron cinco categorías que conectan grupos de enfermedades mentales con un alto grado de riesgo genético compartido. Así, el “factor compulsivo” engloba la anorexia nerviosa, el trastorno obsesivo-compulsivo (TOC) y el síndrome de Tourette en el mismo grupo; el llamado “factor internalizante” aglutina depresión, ansiedad y estrés postraumático; otra categoría es la del tándem esquizofrenia y trastorno bipolar; el “factor del neurodesarrollo” contempla autismo y TDAH; y la última categoría con fuertes vínculos genéticos en común es el de las sustancias de abuso, donde se agrupan las adicciones al tabaco, el alcohol, el cannabis y los opioides. La correlación más fuerte se ve dentro de cada grupo, pero también existen señales genéticas compartidas entre dolencias ubicadas en distintas categorías. “Por ejemplo, entre TDAH y depresión hay un porcentaje [de variantes genéticas compartidas] elevado”, ejemplifica Ramos Quiroga. Los hallazgos, insiste, coincide con “la realidad clínica” que observan en la consulta. Estas señales genéticas compartidas, aclara Ramos Quiroga, son “factores de predisposición”. Es decir, que aumentan el riesgo. Pero recuerda que tener una de estas variables no significa que una persona vaya a desarrollar alguna de esas enfermedades.En la construcción de trastornos mentales intervienen muchos genes, pero también el ambiente. Hay “una interacción entre factores”, recuerda el psiquiatra de Vall d’Hebron: “Hay factores desde el origen que nos predisponen, pero también hay que poner el foco en el ambiente y luchar contra las agresiones sexuales o el abuso de tóxicos, por ejemplo [estas circunstancias elevan el riesgo de peor salud mental]”.Primeras etapas del desarrollo cerebralLos autores del artículo publicado en Nature deslizan que las variantes de riesgo identificadas desempeñan un papel en las primeras etapas del desarrollo cerebral. “Esto nos indica que esos factores genéticos están marcando cómo se va a desarrollar la conexión neuronal en el cerebro y puede que haya una alteración desde el inicio”, reflexiona Ramos Quiroga.En un comentario adjunto, Abdel Abdellaoui, investigador del departamento de Psiquiatría de la Universidad de Amsterdam, hace hincapié en esto también: “En todos los factores, los genes asociados muestran una expresión máxima durante el desarrollo fetal, lo que destaca la importancia de los procesos de desarrollo temprano en el riesgo psiquiátrico”.Con todo, Ramos Quiroga pide no perder de vista la complejidad de estos trastornos y recuerda que son multifactoriales: “Si tienes una susceptibilidad y le pones otros factores que aumentan esa susceptibilidad, es peor: hay factores genéticos que te confieren más riesgo y tienen que ver con cómo se desarrolla el cerebro, pero también hay otras variables relacionadas con factores inmunológicos; y, además, el entorno también influye porque, por ejemplo, si te genera estrés, eso afecta a nivel inmunológico”, subraya.Abdellaoui coincide y apunta a que estos trastornos psiquiátricos parecen surgir cuando “ciertas combinaciones de genes y experiencias vitales se combinan de forma desfavorable”. “Esto debería replantear las enfermedades mentales no como una biología defectuosa, sino como la desafortunada intersección de la variación natural y el estrés ambiental”, defiende.Redefinir el diagnósticoAbdellaoui sostiene, por otra parte, que esas variantes genéticas están agrupadas en cinco categorías “que trascienden los límites diagnósticos actuales” y plantea si estos patrones genéticos compartidos entre 14 trastornos psiquiátricos pueden hacer repensar el marco diagnóstico de las enfermedades mentales. “Pocas variantes genéticas son exclusivas de un solo diagnóstico, lo que sugiere que las categorías del Manual Diagnóstico y Estadístico (DSM; la herramienta convencional para el diagnóstico de trastornos psiquiátricos) podrían ser útiles clínicamente, pero son aparentemente arbitrarias a nivel biológico”, conviene. Francina Fonseca, jefa de Psiquiatría del Hospital del Mar de Barcelona, defiende que las clasificaciones actuales siguen sirviendo porque ayudan a los profesionales a entenderse, a hablar el mismo lenguaje. Pero asume que hay que “hacer autocrítica, ser humildes y rigurosos” e intentar afinar cada vez más los diagnósticos. La psiquiatra matiza que esta investigación, en la que no ha participado, no tendrá una repercusión inmediata en la práctica clínica, pero sí ayudará a clasificar mejor estas enfermedades: “En salud mental no tenemos pruebas de laboratorio o de neuroimagen que nos permita hacer un diagnóstico de lo que pasa en el cerebro. Nos centramos en síntomas, que pueden estar basados en la subjetividad de quien los sufre o los interpreta. Pero para alcanzar un buen abordaje diagnóstico y terapéutico, necesitamos encontrar la alteración fisiológica, qué circuitos cerebrales están alterados”. Ramos Quiroga concuerda con que toda esta línea de investigación “ayudará a tener una clasificación de los trastornos mentales más vinculada a factores biológicos” y añade que también abre una puerta para identificar dianas moleculares sobre las que desarrollar nuevos fármacos.

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