El programa doble que ha subido a las tablas del Teatro de la Zarzuela este miércoles, y que estará el cartel casi todo el mes de abril, se presentaba como la principal propuesta de su actual temporada. Dos obras fundamentales del género y una nueva producción, con el añadido de incluir una pieza de La revoltosa que había desaparecido, lo que constituía un auténtico estreno, era un auténtico triunfo de antemano. ¿Lo ha sido? Diría que sí, sin ninguna duda por la parte musical, pero el montaje escénico, dirigido por Juan Echanove, ha vuelto a embarrar una producción que parecía tener todos los ases en la mano.Más informaciónComencemos por la música. El bateo, de Chueca, y La revoltosa, de Chapí, son dos títulos de oro del género chico, es decir, de zarzuelas de una hora, y están en la cima de esa modalidad que tanta gloria proporcionó a sus protagonistas. Y cuanto más las oyes más perfectas parecen. Les basta con un compromiso musical que en estos tiempos se da por descontado, buenos cantantes, una chispa de gracia y no caer en el paternalismo que tanto abunda en el trato con la zarzuela, tanto para desmerecerla como para ensalzarla. Desde este punto de vista, este montaje que propone el teatro que lleva su nombre es un regalo.El bateo es pura frescura, una de las piezas más acertadas de un autor como Chueca que, por lo general, no fallaba nunca. Su música se escucha como un postre maravilloso. En La revoltosa nos topamos con Ruperto Chapí, un autor mucho más complejo, con una ambición artística que escapaba de los corsés de la época y que cuando acertaba creaba auténticos paradigmas. La revoltosa es uno de ellos, es la zarzuela perfecta, divertida cuando toca, pero emotiva hasta el tuétano en sus momentos cumbre, eficaz en sus números teatrales complejos y con una sensación de plenitud en su duración que la convierte en la zarzuela por antonomasia del género chico. El terceto descubierto y ahora incorporado le añade un toque verdiano, casi emparentado con Falstaff, que lo convierte en imprescindible desde ya.En suma, un espectáculo formidable si uno se sienta en su butaca y cierra los ojos. Pero si los abre comienza a ver cosas más bien raras. La apoteosis del casticismo madrileño que anida en estas dos zarzuelas se convierte en extrañeza. La acción está deslocalizada, siguiendo la ya tediosa costumbre del teatro musical de las últimas décadas, pero no se sabe en dónde se localiza.Escena de ‘La revoltosa’, sainete lírico de Ruperto Chapí.Elena del Real (Teatro de la Zarzuela)En El bateo, se supone que estamos en el barrio de Lavapiés actual, con su fauna de personajes que apenas se identifican por una vestimenta saturada de elementos y una extraña escenografía cercana al andamio. Hay en El bateo ideas muy sugerentes, como la pelea entre los dos rivales de la chica, que se ofrece como una proyección de sombras y algunos movimientos de grupos que se encarnan en el coro. Pese a su abigarramiento, se termina entrando en el juego, pese a unas coreografías excelentemente bailadas, pero que saturan el escenario, invitando al cansancio visual.Pero en La revoltosa la saturación es más conceptual. Lo que era buhardilla de Lavapiés parece ser un night-club de alterne de mediados del siglo XX sin que medie explicación ni justificación. La ceremonia de la confusión alcanza el disparate en el vestuario, elegante y refinado, como si se tratara de un casino de película de los cuarenta y unos personajes que parecen más unos adinerados jugadores de ruleta que unos modestos jugadores de tute en un patio de corrala. Y termina siendo irritante, porque en el libreto perfecto de López Silva y Fernández Shaw, el protagonista Felipe dice cómo iría a la verbena: “con mi chaqueta de pana / con mi pantalón de talle / con mi pechera bordada / con mi pañuelito al cuello / con mis botitas de caña / con mi gorrilla de seda…”. Y el espectador que ve la escena se encuentra al cantante vestido de narcotraficante caribeño o de propietario de una plantación de algodón en Luisiana. Y la Mari Pepa que Felipe imagina vestiría “con su falda de céfiro / que clarea sobre la crujiente enagua / con su pañuelito finísimo de crespón / con media vara de flecos”, etc.No resulta fácil de digerir que un equipo artístico tan notable como el reunido para esta producción se enfangue en modernidades malentendidas en una producción tan exigente y esperada.De todos modos, hay gustos para todos, y si hay quien le encante esta propuesta, me alegro de corazón porque la producción es ambiciosa y musicalmente es un festival de excelentes resultados líricos. Destacaría, de entrada, a la orquesta y a su director, Óliver Díaz. De todas las Revoltosas que he escuchado, esta es la que me ha parecido más madura y con una orquesta más digna de lo que Chapí buscaba y proponía. Quizá influyan también las ediciones críticas que han definido un estándar orquestal ya imprescindible para escuchar estas obras. En todo caso, toda mi admiración para director, orquesta y, desde luego, el Coro del Teatro de la Zarzuela, siempre cuidadoso con el idiomatismo del género. En cuanto al reparto, sin reproches en ninguno de sus miembros. Naturalmente, hay más madurez y finura vocal en los protagonistas que en los papeles secundarios, pero la conjunción y el trabajo de sincronicidad es de primer orden. Se hace obligado destacar la labor de Gerardo Bullón, aunque solo fuera por su doble prestación, anarquista desbocado y divertido en El bateo, y Felipe en La revoltosa, dos roles muy diferentes que ponen a prueba el trabajo actoral de un barítono excelente en lo vocal. No es el único cantante que dobla personajes, pero es el que se echa a la espalda la mayor responsabilidad de esta producción. Y por alusiones, es obligado comentar el excelente empeño vocal de Berna Perles en el rol de Mari Pepa, pese a tener que lidiar con un vestuario que para nada coincide con el que la imagina Felipe.En resumen, una producción que debería haber sido antológica y que se disfruta enormemente a ojos cerrados, pero que te distrae constantemente con una puesta en escena innecesariamente gratuita.Ficha técnicaEl bateo. Música, Federico Chueca; libreto, Antonio Paso y Antonio Domínguez.
La revoltosa. Música, Ruperto Chapí; libreto, Juan José López Silva y Carlos Fernández Shaw. Dirección musical, Óliver Díaz / Lara Diloy (días 18 y 24). Dirección de escena, Juan Echanove. Escenografía y vestuario, Ana Garay. Iluminación, Juan Gómez Cornejo. Coreografía, Manuela Barrero. Videoescena, Álvaro Luna y Elvira Ruíz Zurita.
Repartos:
El bateo: Wamba, Gerardo Bullón / Javier Franco; Virginio, José Manuel Zapata; Visita, María Rodríguez; Sra. Valeriana, Milagros Martín; Película, José Julián Frontal; Nieves, Lara Chaves; Lolo, Alberto Frías; Pamplinas, Julen Alba; Pascual/Celestino, Ángel Burgos.
La revoltosa: Mari Pepa, Berna Perles / Sofía Esparza; Felipe, Gerardo Bullón / Javier Franco; Soledad, Blanca Valido; Gorgonia, Milagros Martín; Cándido, Ricardo Muñiz; Encarna, María Rodríguez; Sr. Candelas, José Manuel Zapata; Tiberio, José Julián Frontal; Atenedoro, Alberto Frías; Chupitos, Sergio Dorado. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Coro del Teatro de la Zarzuela, director, Antonio Fauró.
Fechas, del 9 al 27 de abril. Teatro de la Zarzuela. Madrid

‘El bateo’ y ‘La revoltosa’: formidable en lo musical, pero incoherente en lo escénico | Cultura
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