Cualquier niño ruso habrá escuchado de labios de su babushka o abuela El cuento del zar Saltán. La fábula folclórica en verso de Aleksandr Pushkin lo tiene todo para exaltar la imaginación de los pequeños: evocaciones del mar, una isla remota con una ciudad maravillosa, transformaciones mágicas, arquetipos de buenos y malos junto a una injusticia con final feliz. Todos esos elementos atrajeron al compositor Nikolái Rimski-Kórsakov para su adaptación operística en 1899, pero también al artista Iván Bilibin para su serie de coloristas ilustraciones de 1905. La nueva producción de Dmitri Tcherniakov, estrenada en 2019 en La Monnaie / De Munt de Bruselas, ha tomado en consideración la tradición rusa de este cuento de hadas, pero le ha añadido una capa psicológica. En este caso, a diferencia de las caprichosas deformaciones incorporadas a sus producciones del Teatro Real en Macbeth, de Verdi (2012), y en Don Giovanni, de Mozart (2013), su propuesta ha resultado tan reveladora como conmovedora.El director de escena ruso salió a saludar con cara de preocupación tras el estreno del miércoles, 30 de abril, ataviado con una gorra negra y una cazadora rosa. Pero el público del Teatro Real le obsequió con una gran ovación, a diferencia de los abucheos de sus dos últimas producciones. Tcherniakov suele acertar con la ópera rusa, tal y como comprobamos en su debut en el coliseo madrileño con Eugene Onegin, de Chaikovski, en 2010. Pero sus principales logros en las dos últimas décadas están relacionados con su reivindicación personal de Rimski-Kórsakov. Desde la brillante producción de La leyenda de la ciudad invisible de Kítezh, que se representó en el Liceu de Barcelona en 2014, hasta nuevas producciones de La novia del zar, en 2013, para la Ópera Estatal de Berlín; de La doncella de nieve, en 2017, para la Ópera de París, y Sadkó, en 2020, para el Bolshoi de Moscú.Desde la izquierda, las ’mezzosopranos’ Stine Marie Fischer y Carole Wilson y la soprano Bernarda Bobro, en el prólogo de ‘El cuento del zar Saltán’, de Rimski-Kórsakov, el pasado 30 de abril en el Teatro Real.JAVIER DEL REAL En el caso de El cuento del zar Saltán, que en 2020 cosechó el premio a la mejor nueva producción en los Opera Awards, reimagina su trama como una parábola sobre la neurodivergencia. Añade una intervención hablada en ruso, antes del inicio de la música, en la que la madre coraje Militrisa confiesa al público que su hijo Gvidon es autista y que solo es capaz de interactuar con los demás a través de los cuentos de hadas, pero también que nunca ha visto a su padre y siente que ha llegado el momento de conocerlo. A continuación, la ópera comienza como un cuento de hadas en el que el joven se va implicando cada vez más. La dramaturgia funciona a la perfección, pues Tcherniakov integra bien los personajes de la zarina y su hijo, aunque los distingue con un vestuario moderno invariable, que contrasta con el atractivo figurinismo folclórico de Elena Zaytseva, inspirado en las referidas ilustraciones de Bilibin. La minimalista escenografía se reduce a un telón de fondo de madera y, después, a una pantalla de gasa transparente. Esta simplicidad permite resaltar la excepcional dirección de actores de la producción e incorpora la platea como acceso al escenario. Se muestran elementos simbólicos, como una ardilla roja, unos soldados de juguete y una muñeca de la princesa cisne, que se corresponden con las tres maravillas que los marineros describen al zar en el cuarto acto. Y además se integran elementos multimedia, como los bocetos e imágenes narrativas que Gleb Filshtinsky proyecta sobre la pantalla de gasa y que cobran vida durante los interludios. Sin embargo, el régisseur arriesga en la última escena, donde subvierte el final feliz, quizá la parte más simplista a nivel musical de la ópera, y lo sustituye por una impactante vuelta a la realidad, donde las irónicas últimas palabras cantadas (“aquí acaba el cuento: es todo lo que necesitan saber”) coinciden con la crisis que sufre el joven autista al conocer a su padre.La soprano Svetlana Aksemova (en el centro) al final del primer acto de ‘El cuento del zar Saltán’, de Rimski-Kórsakov, el pasado 30 de abril en el Teatro Real.JAVIER DEL REAL Rimski-Kórsakov explicó con precisión la música de esta ópera, que llega por vez primera al escenario del Teatro Real, en sus memorias, tituladas Mi vida musical: “Escribí Saltán en un estilo instrumental-vocal que podría llamar mixto. Toda la parte fantástica era instrumental, mientras que la parte realista era vocal”. Además, habla con especial admiración del prólogo añadido, que sustituye a la habitual obertura con una escena introductoria donde pone en práctica ese fluido estilo mixto de canto y recitación melódica junto a una orquesta narrativa. El director israelí Ouri Bronchti sustituyó a Karel Mark Chichon, que se retiró de los ensayos por prescripción médica, y su actuación fue intachable al frente de la excelente Orquesta Titular del Teatro Real, con una plasticidad natural en el manejo de las texturas y los motivos conductores, junto al acompañamiento de voces y conjuntos. En todo caso, le faltó sensualidad en su retrato de la Princesa Cisne y fantasía en los interludios, como en esa evocación marítima de Scheherazade en la introducción al segundo acto. La página más popular de la ópera, El vuelo del moscardón —o, mejor dicho, del abejorro en que se ha convertido el Príncipe Gvidon para visitar la corte del zar y picar a sus malvadas tías—, fue un momento estelar en el tercer acto como cromático perpetuum mobile.La soprano Nina Minasyan cantaba el arioso ‘Ty, tsarevich, moy spasitel’ del segundo acto de ‘El cuento del zar Saltán’, el pasado 30 de abril en el Teatro Real.JAVIER DEL REAL En el reparto destacó la impresionante creación escénica de Bogdan Volkov en el papel del autista Príncipe Gvidon. El tenor ucraniano también elevó vocalmente todas sus intervenciones, como su dueto de amor con la Princesa Cisne del cuarto acto, donde demostró la misma calidad y expresividad que lució en enero cantando Lenski en Eugene Onegin. La soprano armenia Nina Minasyan también brilló como el Pájaro Cisne en Ty, tsarevich, moy spasitel, su exquisito arioso del segundo acto, que cantó mientras todo a su alrededor se coloreaba. Y la soprano rusa Svetlana Aksenova, aparte de su inmensa creación escénica como Zarina Militrisa, brilló en sus narraciones, aunque con agudos tensos e inestables. Sus malvadas hermanas, la cocinera, interpretada por la soprano Bernarda Bobro, y la hilandera, interpretada por la mezzosoprano Stine Marie Fischer, elevaron el prólogo junto con la Babarija de la veterana mezzo Carole Wilson, que fue otro pilar actoral de la producción. El bajo Ante Jerkunica fue también un sólido Zar Saltán y, entre los secundarios, sobresalió el versátil tenor Evgeny Akimov como Viejo Abuelo, aunque el nivel del resto se mantuvo a gran altura, caso del atractivo Mensajero del tenor santanderino Alejandro del Cerro, el único español del reparto. Y no se puede terminar sin subrayar la excelente actuación del Coro Titular del Teatro Real, que sonó nutrido y compacto en sus múltiples intervenciones en diferentes localizaciones. ‘El cuento del zar Saltán’Música de Nikolái Rimski-Kórsakov. Libreto de Vladímir Belski, basado en el cuento folclórico en verso de Aleksandr Pushkin.
Ante Jerkunica, bajo (Zar Saltán); Svetlana Aksenova, soprano (Zarina Militrisa); Stine Marie Fischer, mezzosoprano (Tkachija); Bernarda Bobro, soprano (Povarija); Carole Wilson, mezzosoprano (Babarija); Bogdan Volkov, tenor (Príncipe Gvidon); Nina Minasyan, soprano (Princesa Cisne); Evgeny Akimov, tenor (Viejo abuelo); Alejandro del Cerro, tenor (Mensajero); Alexander Vassiliev, bajo (Skomoroj); Alexander Kravets, tenor (Marinero).
Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real.
Director del coro: José Luis Basso.
Dirección musical: Ouri Bronchti.
Dirección de escena: Dmitri Tcherniakov.
Teatro Real, 30 de abril. Hasta el 11 de mayo.

Dmitri Tcherniakov hechiza al Teatro Real con su lectura neurodivergente de ‘El cuento del zar Saltán’ | Cultura
Shares: