Antes de que salga el sol y con la neblina aún cerrada sobre la cordillera Occidental, los soldados del Batallón de Desminado Humanitario N.° 6 inician la marcha desde la vereda Jamarraya, en el municipio de Pueblo Rico, Risaralda. El trayecto comienza lejos del área intervenida, pero el riesgo está presente desde los primeros pasos, cuando el barro cubre las botas y el silencio solo se interrumpe por la respiración marcada de quienes avanzan por la montaña.Desde el punto donde pernoctan, los uniformados recorren más de dos horas por trochas irregulares, senderos abiertos de manera artesanal y pendientes que bordean precipicios. El desplazamiento exige atención permanente y un ritmo medido para sortear caminos estrechos y superficies inestables, antes de llegar al área donde se concentra la labor técnica.La jornada no concluye al terminar el trabajo operativo. Tras cerca de ocho horas dedicadas a la detección y ubicación de artefactos explosivos, el regreso se realiza por la misma ruta, con otras dos horas de caminata. En total, son cuatro horas diarias de desplazamiento que se suman a un trabajo que requiere precisión constante y cumplimiento estricto de los protocolos establecidos.El camino que recorren los soldados. Foto:CortesíaPrevio a cualquier intervención en el terreno, el proceso se apoya en los estudios no técnicos, una fase en la que la comunidad aporta información sobre las zonas con sospecha de contaminación. “En conjunto con la comunidad y las autoridades locales definimos dónde instalar nuestra área administrativa y recopilamos toda la información posible sobre afectaciones por artefactos explosivos”, explica el sargento primero Parra, encargado del contacto directo con los habitantes del sector.En Jamarraya, las condiciones geográficas representan un desafío adicional. El sargento segundo Pardo detalla que el recorrido diario pone a prueba la resistencia física de los equipos. “Es un terreno muy montañoso, sin descanso. Se necesita un muy buen estado físico. Caminamos cerca de dos horas hasta la poligonal, trabajamos y luego regresamos con el mismo cuidado para evitar una caída o una lesión”.El impacto del desminado se refleja en la cotidianidad de quienes viven en la zona. Un campesino de la vereda, que ha trabajado estas tierras desde joven, relata el cambio que ha significado la intervención. “El desminado humanitario significa tranquilidad y seguridad. Nosotros andamos mucho estas montañas. Saber que la tierra está libre de minas nos devuelve la vida”.Labores de desminado. Foto:CortesíaDe acuerdo con los registros operacionales, el Batallón de Desminado Humanitario N.° 6 ha realizado cinco destrucciones controladas de minas antipersonal en el sector, acciones que permiten restablecer la movilidad y reducir el riesgo para las comunidades, bajo lineamientos nacionales e internacionales.Para quienes ejecutan las destrucciones, la rutina diaria no admite fallas. «Aquí no existen los errores. El primero sería el último, pero cuando destruimos una mina, sabemos que estamos salvando más de una vida», señala el soldado profesional Iván López Martínez, especialista en este tipo de procedimientos. LEA TAMBIÉN En la medida en que las veredas avanzan hacia la certificación como libres de sospecha de minas, se reabren caminos, se recuperan áreas de cultivo y se restablecen dinámicas comunitarias. Mientras el barro sigue marcando cada recorrido en Jamarraya, el trabajo de los equipos de desminado continúa despejando el territorio paso a paso, con operaciones que hacen parte de un despliegue más amplio en distintos municipios del país.Redacción JusticiaJusticia@eltiempo.comMás noticias de Justicia:

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