Jorge Mario Bergoglio, un argentino ajeno a las principales quinielas papales, se asomó al balcón del Palacio Apostólico del Vaticano el 13 de marzo de 2013. En un italiano con fuerte acento porteño y una socarronería típica de sacristía, presentó sus credenciales a una plaza de San Pedro abarrotada. “Sabéis que el deber del cónclave era dar un obispo a Roma. Parece que mis hermanos cardenales han ido a buscarlo al fin del mundo. Pero aquí estamos”. El fin del mundo no era solo un lugar remoto, también una metáfora de lo alejada que podía encontrarse su concepción de la Iglesia universal de los postulados exhibidos por sus predecesores. Anunciaba revolución, pasión y enormes cambios. Doce años después de su llegada, Bergoglio ha fallecido en Roma. Hoy podría decirse que el Espíritu Santo ha dado por concluidas sus reformas. Y la historia y sus sucesores marcarán ahora el grado de irreversibilidad y de profundidad de la transformación impuesta por el 266º pontífice de la Iglesia católica.Dios no le teme a los cambios, desafió siempre a sus críticos Bergoglio, un cardenal influyente que supo alternar, como si fuera una suave milonga, el poder de las moquetas de los palacios con el olor a oveja del rebaño en las villas miseria de Argentina hasta que fue nombrado Pontífice. Pero si ya resulta difícil imaginar cómo envejeceremos, debía ser imposible para un graduado en Ciencias Químicas que comenzó a trabajar en un laboratorio de análisis alimentario a mediados de los años cincuenta en Argentina pensar remotamente que podría llegar a ser el Papa de Roma. En marzo de 1958, con 21 años de edad, optó por los estudios eclesiásticos e ingresó en el seminario metropolitano de Buenos Aires, noviciado de la Compañía de Jesús. Francisco explicó siendo Papa que se unió a los jesuitas “atraído por su condición de fuerza avanzada de la Iglesia, hablando en lenguaje castrense, desarrollada con obediencia y disciplina, y por estar orientada a la tarea misionera”.Una imagen de la infancia de Francisco sin fecha.Franco Origlia (Getty Images)El 13 de diciembre de 1969 se ordenó sacerdote y comenzó un proceso de escalada en la cúpula de la iglesia que terminaría en la silla de Pedro. En 1971 realizó los ejercicios espirituales y estudios de su tercera probación (etapa final de la formación de un jesuita) en Alcalá de Henares (España). En abril de 1973 hizo los votos perpetuos en la Compañía de Jesús y en julio de ese año, Pedro Arrupe, prepósito general de los jesuitas, le nombró provincial de la Compañía de Jesús en Argentina, cargo que ocupó hasta 1979. Desde ahí vivió los años de la dictadura militar tras el golpe de Estado de 1976 y su conducta fue objeto de críticas en varios reportajes publicados en la prensa de su país natal en los que se tildó de colaboracionismo su decisión de no proteger a dos curas de su orden que sufrieron cinco meses de cautiverio y torturas en la Escuela Mecánica de la Armada (ESMA) en Buenos Aires. Bergoglio refutó estas acusaciones en 2010, señalando que dio refugio a varias personas que huían de la represión de los militares. En un libro autobiográfico de conversaciones, titulado El jesuita, Francisco afirma que hizo lo que pudo “con la edad que tenía y las pocas relaciones con las que contaba”. Pero esa sombra le perseguiría siempre. Incluso, probablemente, cuando tomó la decisión de no regresar nunca más a su país.FotogaleríaSu trayectoria pastoral e intelectual llamó la atención del cardenal Antonio Quarracino y gracias a su influencia el papa Juan Pablo II le elevó a la condición episcopal en la sede de Auca, además de convertirse en obispo auxiliar de Buenos Aires en 1992. Desde ese momento, el ascenso de Bergoglio en la jerarquía eclesiástica no tuvo freno. En 1998, sucedió a Quarracino como titular de la Archidiócesis bonaerense y primado argentino. El capelo cardenalicio se lo impuso Juan Pablo II en febrero de 2001, en una ceremonia en la que le acompañaron otros 43 nuevos cardenales. En 2005 fue designado presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, y desde ese puesto mantuvo tensas relaciones con el poder político de los presidentes Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner.Una imagen de 2008 en Buenos Aires cuando Bergoglio era cardenal. Pablo Leguizamon (AP/LaPresse)Bergoglio, que siempre supo interpretar la música que sonaba en cada momento, ya estuvo en las quinielas de papables a la muerte de Juan Pablo II y hubo especulaciones sobre la votación en el cónclave que eligió a Joseph Ratzinger que señalaban que el cardenal argentino obtuvo la segunda posición en el recuento final. Ocho años más tarde, tras un pontificado convulso y marcado por los escándalos, el colegio cardenalicio decidió que debía apostarse por un cambio de rumbo y que nadie mejor que aquel argentino para ejecutarlo.Más informaciónEl principal legado de Francisco, más allá de reformas estructurales que emprendió en la Curia, será sin duda la concepción periférica de la Iglesia que quiso implantar. El lujo quedó enterrado nada más llegar. Vestimenta sencilla, anillo de plata, zapatos austeros y residencia fuera del oropel del Palacio Apostólico para compartir espacio con las monjas de Santa Marta. La pobreza, los marginados y los desheredados del mundo debían ser el centro gravitacional de los esfuerzos de su pontificado. Y Francisco supo entender que nadie encarnaba mejor ese universo que el creciente y desolador fenómeno migratorio, al que pudo asistir en primera línea como obispo de Roma, capital de un país por donde pasaron los grandes flujos de la última década.El papa Francisco el día que fue elegido pontífice en el Vaticano, en 2013.Osservatore Romano/Vatican Media/Pool/GettyEn julio de 2013, anticipando todo lo que sucedería luego en aquel lugar, el Papa se plantó en la isla de Lampedusa para llorar a las víctimas de los naufragios y celebrar una misa solemne en un altar construido con los restos de una embarcación a bordo de la cual murieron decenas de migrantes. Un gesto insólito que repetiría luego decenas de veces con momentos irrepetibles, como el de su visita en abril de 2016 a un campo de refugiados en Lesbos, de donde volvió con 12 migrantes en el avión papal. Su revolucionario empeño permanecerá, sin duda, como una transformación verdadera de la Iglesia. Pero también abrió varias vías de agua con el mundo ultraconservador, que le afeó siempre estar más preocupado de miembros de otras religiones o del mundo laico que de los problemas de los católicos. Y esa, en sustancia, fue la gran guerra que libró durante su pontificado.La idea de periferia quedó también marcada por los 47 viajes apostólicos a 66 países, que buscaron siempre colocar la bandera vaticana en rincones del mundo con minorías católicas amenazadas o en plena expansión: Bangladés, Myanmar, El Congo, Sudán del Sur, Japón, Mozambique, Madagascar, Filipinas… Su alergia al poder consolidado, el esquema capitalista occidental, le hizo rechazar incontables invitaciones para realizar un viaje de Estado a grandes potencias como Francia, Reino Unido, España o la propia Argentina, lugar al que evitó volver para no remover viejos asuntos y disputas del pasado. Pero esa idea de instalar su Iglesia en los márgenes del mundo quedó también para siempre impresa en la confección del colegio cardenalicio, el órgano de mayor poder de la Iglesia y el instrumento que debe ahora elegir al siguiente Papa.El papa Francisco posa con un grupo de monjas durante su audiencia semanal en el Vaticano, el 5 de febrero de 2025.Remo Casilli (REUTERS)Los cónclaves, también en el que Bergoglio fue elegido en solo dos días y cinco escrutinios, solían estar marcados por la influencia de los italianos y de las iglesias más ricas: la alemana y la estadounidense. Francisco quiso durante su papado cambiar esa dinámica nombrando purpurados de lugares remotos sin conexiones aparentes con los círculos de poder de Roma. El número total de cardenales ha llegado a 252 y los electores son 136. De este selecto grupo, 108, el 79%, son criaturas de Francisco; 23 de Benedicto XVI y 5 de Juan Pablo II. El resto son no electores, o sea, mayores de 80 años. En 2013, cuando el argentino llegó al pontificado, Asia y Oceanía contaban con 11 cardenales electores. Después del último consistorio, llegaron a 28 e incluso algunos proceden de zonas que nunca antes habían tenido cardenales y donde el porcentaje de católicos es mínimo, como Timor Oriental, Singapur o Mongolia. Un cambio gravitacional que generará una dinámica geopolítica completamente distinta en la elección de su sucesor.El cambio en el esquema de poder de la Iglesia, la gran obsesión de Francisco, fue la causa fundamental de su ruptura con una parte importante de la cúpula, principalmente en países como EE UU. Bergoglio, con fama de progresista ―la realidad es que su discurso en grandes temas como el aborto o la homosexualidad no era muy distinto del de sus oponentes―, tuvo que convivir desde el primer día con un Papa emérito, al que el sector conservador convirtió en estandarte de la corrección y pulcritud teológica. Pero también de lo que debía ser un buen Papa, pese a que muchos de esos mismos cardenales y obispos fueron los responsables de su renuncia en 2013.Una imagen del pontífice en el Vaticano en febrero de 2025.Alessandra Tarantino (AP/LaPresse)A Francisco le acusaron de herejía y un grupo de cardenales le planteó una Dubia ―petición de aclaraciones sobre asuntos doctrinales― sobre Amoris Laetitia, la exhortación apostólica en la que abría la puerta a permitir la comunión a hombres y mujeres divorciados. Pero la guerra fue aumentando su violencia, y un exarzobispo y exnuncio en Washington, Carlo Maria Viganó, pidió su renuncia públicamente en una campaña orquestada y financiada desde EE UU por un supuesto encubrimiento de los abusos del cardenal Theodor McCarrick. Un prelado a quien, precisamente, el Papa desposeería más tarde de sus derechos como cardenal y como sacerdote, devolviéndolo con una violencia hasta entonces insólita a la vida laica.Más allá del intento de derrocamiento del Papa por motivos de poder, Francisco había mantenido hasta entonces una relación con la lucha contra los abusos algo intermitente. Aunque a su llegada había puesto en marcha una serie de medidas nuevas, como la creación de una Pontifica Comisión de Protección del Menor, no parecía que su papado se tomase demasiado en serio la cuestión. Hasta que viajó a Chile en enero de 2018 y tuvo un encontronazo con un periodista que le recordó el caso del sacerdote Fernando Karadima, un abusador en serie. Francisco, con su naturaleza espontánea y algo autoritaria, cometió un grave error: “El día que me traigan una prueba contra el obispo Barros, ahí voy a hablar. No hay una sola prueba en contra. Es todo calumnia. ¿Está claro?”. El escándalo fue mayúsculo, pero como sucedía con Bergoglio, fue también el revulsivo que necesitaba para poner en marcha un proceso de reforma del sistema de prevención, control y sanción para este asunto.Los diez años de Bergoglio fueron acelerados, transformadores y, hasta cierto punto, revolucionarios. Pero la unidad de medida de la Iglesia, una institución que sobrevive y gobierna en el mundo desde hace 2000 años, es el siglo. Y bien mirado, fue una buena idea que llegase alguien desde el fin del mundo para que todo cambiase lo máximo posible en el menor tiempo. Aunque fuese para que todo pudiera continuar igual.

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